jueves, septiembre 07, 2006

ElFausto

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viernes, septiembre 01, 2006

ElFausto



EDITORIAL
Por Fausto Leonardo Henríquez, Listmaster

Un certamen de literatura, como todos sabemos, tiene como objetivo la participación y estímulo de los diferentes autores. Nuestro grupo de creación Elfausto, animado por el Equipo Moderador, Lady, Tere y quien escribe, ha considerado interesante la
iniciativa de realizar un concurso literario en sus distintos géneros. Todo ello porque sabemos que hay escritores anónimos, noveles o veteranos, que necesitan del reconocimiento de sus trabajos, o sea necesitan ser leídos, difundidos y dados a conocer.

Premiar nunca es fácil, sin embargo se hace obligado cuando el jurado tiene que seleccionar -siguiendo las bases del concurso- a los que considera más sobresalientes. Hemos seguido para los distintos géneros el criterio de calidad literaria de los textos, así como el hallazgo de la belleza y de la imaginación.

El certamen del foro Elfausto ha permitido llegar en red a muchos países de habla hispanoamericana. Ese es uno de los logros conseguidos, gracias a la participación de la gente que ha considerado seria la propuesta de nuestro certamen virtual.

El jurado -y esto es bueno saberlo- ha colaborado responsablemente en la selección y calificación de los premios. La ética profesional del jurado es otro
de los elementos a destacar en esta nota editorial. No ha habido ninguna clase de interés particular, excepto el de alegrar y motivar a los concursantes.

Finalmente, en cada ganador hay un escritor con una vocación que tiene que explotar. Un lugar en el certamen puede ser un punto de partida para una obra mayor y más perfecta. En realidad, cada concursante es un Nóbel en potencia. Sigamos creando, escribiendo que sólo si estimulamos el genio podremos lograr la obra de arte.

Recientemente un joven me decía en la puesta en circulación del libro "El Arca" del poeta y cuentista hondureño Óscar Acosta, que tenía muchas ideas en la cabeza, que esperaba que, como avispas revueltas, se asentaran para empezar a escribir. Y yo le dije que en su cabeza no hacían nada las ideas, que las escribiera;le dije, además, que bien podía ser un Einstain, pero que si no ponía por escrito su chispeante imaginación era como si esas ideas no existieran. Le dije finalmente, con el único fin de provocar su interés por la escritura, que el escritor se hace escribiendo,
lo demás son cuentos.

Felicidades a todas y cada una de las personas participantes, especialmente a las ganadoras.

Contenido

Editorial
Nuestros Jurados

GÉNERO: NARRATIVA

Primer lugar: Nei Zuzek, Argentina
Ser el otro

Segundo lugar: Guillermo Eduardo Battaglia, Argentina
Estación caballito

Tercer lugar: Luis Enrique Gutiérrez González, Venezuela
Web Stress

Mención de honor: Ricardo Juan Benítez, Argentina
El hombre marrón el fondo de mi casa

Mención de honor: Marcelo Mangiante, Argentina
Cierta familiaridad con los travestís

Mención de honor: Gabriel Francisco Tejerina, Argentina
La fosa

Mención de honor: Ulises Carlos Córdoba, Argentina
El tren

GÉNERO: POESÍA

Primer lugar: Alcides César Dupuy, Argentina
Retorno

Segundo lugar: María del Pilar Casas Luque, Colombia
Divagar

Tercer lugar: Elisabet Amelia Cincotta, Argentina
Sin embargo

Tercer lugar: Aram Vidal Alejandro, Cuba
Gafo

Mención de honor: Mabel Bellante, Argentina
Un momento de la vida

Mención de honor: Julio Alberto Balcázar Centeno, Colombia
Inútil

Mención de honor: Sara Vanégas Coveña, Ecuador
Poema 7

Mención de honor: Rosy Paláu, México
La distancia

Mención de honor: Aram Vidal Alejandro, Cuba
Rojo

Mención de honor: María Luisa Landman Rodríguez, Chile-España
El faro

Finalista: Zulma Nicolini
A César Vallejo

Finalista: Julio Campos Ávila, Chile
Complicidades

Finalista: Maria Cristina Valle, Argentina
Secretos de mi alma

Finalista: María Cristina Fervier, Argentina
Te dejé partir

Finalista: Margarita García Alonso, Francia
Sin segundo aire

Sobre los jurados

MARÍA TERESA FUSARI (MARYTE). Nacida en Buenos Aires (Argentina - 1959), tuvo un temprano despertar a las letras con el romanticismo de Gustavo Adolfo Bécquer. Cursando la carrera de Traductor Público Nacional, se reencontró con su pasión por las letras a través del escritor Jorge Luis Borges quien la impulsó al estudio y la investigación literaria.
Se inició en la docencia a los dieciséis años, desempeñándose en distintos niveles, públicos y privados. Años más tarde alternaría esta actividad con la de Traductora Científico Literaria. Incursionó, originalmente como autodidacta, en el mundo de Internet a través del diseño de páginas; vinculándose así con poetas y aficionados, en ambos idiomas. Hace ocho años comenzó a participar de foros literarios y filosóficos. Salió publicada en la primera edición del libro "Sensibilidades".
Fue contratada por la editorial Planeta de Agostini para dirigir su página de poesía en español en el portal multitemático "Temalia". Llevó a cabo tareas de redacción de artículos, comentario literario, respuesta a inquietudes y dudas o búsquedas de los lectores, publicación de enlaces, foro y chat, recibiendo reconocimientos varios por el funcionamiento de la misma. Allí tuvo oportunidad de conocer y entablar amistad con escritores de renombre como el toledano Miguel Florián.
Es creadora y co-moderadora de la lista "La Esquina de las Letras" y responsable de la edición del libro del mismo nombre. Colabora como moderadora en "El Fausto".
El placer y las satisfacciones recibidas la impulsaron a profundizar sus conocimientos de la literatura y la filosofía. Lo que hace simultáneamente con su trabajo como docente, traductora y su afición a todo lo relacionado con poesía e Internet.

GITO MINORE nació en la ciudad de Buenos Aires, el 24 de abril de 1976. Publicó su primer libro de poemas "Emociones Alternas" en mayo de 1995, al que le siguieron "La Copa Rota" (oct. '95), "Noventas" (1996), "Walking Alone" (1997) y "Fuego en el Pecho" (1999), todos editados y distribuidos de forma independiente. En Julio del 2004 publicó su sexto libro de poemas “Flores cohibidas” por el sello editorial “De los cuatro vientos”.
Desde 1994 hasta la fecha colabora con poemas, cuentos, notas y comentarios de libros en diversas publicaciones culturales y electrónicas de Latinoamérica, España y USA.
Poemas de su autoría participaron en las antologías "Senderos" (Ed. See '95), "A dos años del 2000" (Ed. 3+1 '98), "Desolación y esperanza"(Ed. Cuenta Conmigo '03 Rosario), “Paseo en verso” (Ed. Pasos en la azotea, México, 05),”Letras contemporáneas /8” (Brasil, 06) y “Espacio literario” (Ed. de los cuatro vientos, 06).
En julio del año 2000, el autor recibió una distinción por parte del Círculo Literario Mitre (Secretaría de Cultura de la ciudad de Azul) por su obra "Fuego en el Pecho".
En el año 2002 edita su primer CD, obra musical que consta de 12 poemas de su último libro, recitados por el poeta sobre música compuesta por Gustavo Zavala. El mismo, a finales del 2002, fue re-editado en cassette por el sello independiente Kaín y Abel Diskos de Bolivia y se viene presentando hasta la fecha en bibliotecas, cafés literarios y diversos locales de Buenos Aires. Desde Junio hasta Diciembre del 2005 participó todos los viernes en el ciclo Bs. As. Acústicos en el C. C. “Las mil y un artes”, ofreciendo lecturas en vivo.
El 1ª de Enero del 2004 comienza a funcionar la página Web www.gitominore.cjb.net, diseñada en Juliaca (Perú). El 10 de Noviembre del 2004, el importante portal brasilero www.casadacultura.org realizó una edición bilingüe del e-book “Cielorrasos/Céu fechado”, traducido por Cleidiner Ventura y con prólogo del escritor André C. S. Masini.
El 1 de Marzo del 2005, el sello editor Aviarpress de Estados Unidos lanza a la venta el e-book “Cielorrasos/Ceilings”, edición bilingüe inglés-español. En Abril del 2005 salió seleccionado en un concurso auspiciado por el programa “La librería mediática” que transmite Radio Nacional Venezuela. Su poema “Mar abierto” participa de la antología en CD que lanzó dicha radio, con las obras ganadoras. En Marzo del 2006 el site brasilero www.casadacultura.org lanzó su compilado de poemas recitados “Para sacarla adelante y otros poemas. Lecturas para Casadacultura” en formato de CD on-line.

EDUARDO LUCIO MOLINA Y VEDIA, periodista, traductor y escritor argentino radicado en México desde 1977, nació en Buenos Aires en 1939. Es autor de sucesivas y aumentadas ediciones de su poemario Río mar adentro y de la serie de relatos Cuentos de novela. Ensayos y artículos suyos sobre temas de política internacional aparecieron a lo largo de más de cuatro décadas en diversos medios del continente. Sus textos de ficción se han publicado asimismo en periódicos y revistas de América Latina.

FAUSTO ANTONIO LEONARDO HENRÍQUEZ. Nació en La Vega, República Dominicana, el 20 de noviembre de 1966. Ha publicado 5 libros de poesía: CLARIDADES, 1994; SUCESIONES, 1995; LA SEDUCCIÓN DEL AIRE, 1999; LA OTRA LATITUD, 1999; y MUESTRA POÉTICA, 2002. Editor de la revista CriticArte. Ha participado en tertulias literarias en centros universitarios y televisivos, publicado artículos en revistas españolas y foros de creación literaria por Internet.
Miembro Titular y Dirigente del Movimiento Interiorista de cuya Comisión Intelectual forma parte. Creador de 2 grupos interioristas en Honduras: el grupo Oscar Acosta y Los Novísimos. Ha impartido talleres de formación interiorista, tenido coloquios con universitarios y tenido recitales públicos en ciudades como Valencia (España), San Pedro Sula (Honduras) Nueva York, Buenos Aires y República Dominicana.
Columnista permanente de opinión de La Prensa. Creador de un grupo de creación literaria por Internet, elfausto@yahoogroup.com En los últimos años escribe ensayos críticos e interpretativos, con especial énfasis en la poesía, tanto en páginas de
Internet como en periódicos.
Antologado en Juego de Imágenes, de Frank Martínez, Isla Negra Editores, 1995; La Creación Interiorista y El Interiorismo de Bruno Rosario Candelier, República Dominicana.
E-mail: catracho_20111966@yahoo.es

Narrativa, 1er. lugar: Ser el otro por Nei Zuzek, Argentina



Ser el otro
Nei Zuzek, Argentina
Primer lugar


Entonces el discípulo, angustiado por no obtener la iluminación que tanto había buscado, caminó hasta el bosque y se sentó frente al roble. Su corazón latía furioso. Una nube de pensamientos desencontrados atormentaba su mente. Para calmarse, enderezó la espalda, inspiró profundamente, cerró los ojos. Después exhaló el aire, aliviando el pecho. Repitió el ejercicio varias veces. Los pensamientos se fueron disipando y pudo escuchar el murmullo de las hojas, los gorjeos de pájaros cuyos nombres desconocía, la queja de una cigarra. Cuando recuperó la quietud, abrió lentamente los ojos.

El tronco del roble estaba enfrente suyo. Recordó las palabras del maestro: “cuando miréis una cosa, no hagáis ningún análisis, simplemente observad; si lo conseguís, percibiréis que la división entre observador y cosa observada desaparece, y existirá sólo el verbo observar, existir, ser”. Entonces, con paciencia, se dispuso a mirar. Comenzó por las raíces que sobresalían en el suelo. Subiendo lentamente, recorrió, sin ambiciones, la superficie del tronco; descubrió aquí y allí un accidente que no había visto antes. Llegó a la primera rama: torcía su rumbo varias veces antes de ramificarse infinitamente. Algunas hojas ya manifestaban el otoño, y allá arriba, en la copa, luces y sombras celebraban la belleza con una danza constante.
Bajó hasta volver al tronco. Sus párpados pesaron y cerró nuevamente los ojos. Poco a poco, sintió su sangre convirtiéndose en savia, la ruda textura de la corteza en su piel, sus huesos firmes, fuertes, de madera. Miró para dentro de sí mismo: los cuarenta círculos concéntricos de su tronco hablaban de otros tantos años de vida. Pensó que tal vez había llegado a la iluminación, y quiso contarle esta increíble experiencia al maestro. Intentó abrir los ojos, estirar los brazos, salir caminando: fue en vano. Sus raíces estaban enterradas en el suelo; sus ramas ya no se movían por su voluntad; ojos, ningún árbol tiene. El miedo tembló en sus hojas, pero después percibió que, para un roble majestuoso como él, no había necesidad de ir a lugar alguno.
Cuando inspiró, el roble sintió una extraña flexibilidad. Sin entender, abrió los ojos. Se asustó con la luz que lo penetraba, pero enseguida se encantó con su nueva capacidad de ver. Estiró perezosamente esos miembros desconocidos llamados brazos, piernas. Se levantó. Después de vacilar brevemente, dio el primer paso y, al comprobar que se estaba moviendo, largó una sonora carcajada.
Nadie, ni siquiera el maestro, percibió el cambio.

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Narrativa, 2do. lugar: Estación Caballito por Guillermo Eduardo Battaglia, Argentina


Estación Caballito
Guillermo Eduardo Battaglia, Argentina
Segundo lugar


Manuel, se sentó a mi lado en el único banco a la sombra del andén, de Estación Caballito. Me hablaba y decía todo el tiempo, vio, diga o vea Tío, cuando quería empezar a contarme alguna cosa de sus días.
Yo no tenía ganas de escucharlo, quería leer un libro. Treinta grados a las ocho de la mañana, me llevaron a buscar un sitio ventilado.
En mi casa no se podía ni respirar. Tenía la elección de haber ocupado una mesa en los diez y ocho grados del aire acondicionado del bar La Quintana, como más agradable para leer y reparar en la cara de gente que discute a los gritos sin entenderse con su compañero de mesa. Manuel dijo, vio Tío a mí dicen Lito, pero no me gusta, prefiero Manuel. Hace dos años que salgo unas horas con mi carrito a buscar lo que encuentro en la calle o entre la basura. La gente tira cosas que a otra gente le sirve. Cuantos años tenes Manuel, doce, vio Tío, doce años pero todos dicen que parezco de más. Sus manos y la piel de su rostro revelaban el apresurado desastre del tiempo. Manuel había tenido que crecer de repente. Me perdona si le pido un cigarrillo, dijo con sus ojos apuntando al suelo, disimulando su corta edad. Se lo di y le convidé otro para la vuelta. Este se lo llevo para mi mamá. A ella le gusta fumarse uno antes de ir a dormir y como para no gastar no compra, le va alegrar que le lleve uno. Sabe tío, hace rato que no le veo una sonrisa a mi mamá, y es tan linda cuando se ríe.
Era el día de los Reyes Magos, y a Manuel no lo afectaba.
Estaba sentado junto a mí, sostenido por la muda compañía de su carrito emparchado, con ruedas de triciclo. Quizás se hallaba reflejado entre cartones y botellas, sus regalos de Reyes manoseados al azar en bolsas de basura, entre vidrios cortantes y comida podrida.
Regalos sin el prólogo de los zapatitos en la puerta, sin agua, sin pasto, sin ilusiones de camellos que llegan se van y no se ven. Por momentos lo soñé personificando un rey mago del próximo milenio.
Manuel conocía el cuento de los Reyes Magos. Vio Tío, yo no me trago eso de los reyes magos, me cago de risa cuando dicen que Baltasar era negro. Pero ¿sabe que?, hace rato que estoy avivado.
Yo tenía un tío; Juanchi le decía mi vieja, y el chiflado se disfrazaba de canguro; era lo que tenía, y escondía en la panza autitos, plastilina y pastelitos de membrillo para las nenas, envueltos con el papel brillante de galletitas Terrabusi. Llegaba a la mañana temprano, con un tambor hecho de lata para aceite colgado del cuello, sonando como un camión de bomberos. Dejaba lo que traía y se iba sin decir ni palabra. Pero vio Tío, yo sabía que era mi tío Juan el loco.
Donde vivís, le dije. Yo vivo en Moreno, vio tío, con mi mamá y mi hermanita de cinco. Vea tío, hasta hace dos años lo mas lejos que había ido, fue hasta el cartel de la estación del tren, en Moreno.
Ahora salgo a la nochecita después de la siesta. En el día cuido a mi hermanita que está enferma de no sé bien que cosa rara, y mi vieja limpia casas todo el día. La gente es muy buena con mi mamá.
Cada fin de año le regalan ropa, zapatillas, buzos y algunas cosas nuevas que no van a usar más. Los guardamos para salir; para nosotros son los regalos dejados por los ángeles de la guarda, esos que mi mamá dice que siempre nos están cuidando. Reparé en las fantasías fijadas en esos tesoros. Para ellos eran regalos con periodo de espera, y que lindo hubiera sido verlos lucir con presunción esas zapatillas y esos buzos frisados el próximo invierno. Manuel vivía con su mamá y su hermanita enferma de no se sabe bien de qué, en una casita de un ambiente de madera y chapa, en una calle de tierra, a veinte cuadras de la estación del tren, en Moreno.
Hasta hace dos años era lo más lejos que él había llegado. Ahora junta cartón. Traté de ignorarlo. Quise leer y no pude. Quise pensar en nada y tampoco pude. Quise convidarle algo de comer pero me sentí mal.
Sentí la humillación que me invadía al ofrecerle y la que Manuel sentiría al aceptarla. No pude evitar indagar sobre que fue de su familia y le pregunté por su padre, y él contestó con infantil naturalidad, vea Tío; dios sabrá. La casita que levantó su padre era lo único que tenían.
Dormían los cuatro en el mismo ambiente donde pasaba la vida.
Me indigné repasando en lo terrible que habrá sido para Manuel, presenciar entre sueños mal dormidos, todo un muestrario de violencias cotidianas, aberraciones y Kamasutra. Un padre fugitivo de su familia. Manuel empujaba su carrito, reclinado sobre una supuesta alegría de adolescente que empezaba a criar patas de gallo, en las esquinas de su rostro. Manuel me dijo, diga Tío: ¿usted que hace? Por ahora, casi nada, leo, en la sombra ¿Y que lee?..Cuentos, leo cuento, le dije.
Manuel explicó, yo no pude terminar la primaria y cuando mi hermanita me pide que le lea un cuento, yo voy inventando por los dibujitos de las revistas de nenas que a veces encuentro y le llevo para que se ponga contenta. También le hago dibujos con tizas de colores, en una madera que pintó mi tío el loco. Ella trata de copiarlos, pero le cuesta mover sus manitos, no se que le pasa. Las mueve sin parar. Mi mamá dice que por la enfermedad no pude controlar los movimientos. Y sentada en la sillita de ruedas que nos regalaron en la sociedad de fomento vecinal del barrio, a veces le cuento cosas que invento de algún sueño que tengo, mientras duermo en el tren, agarrado a mi carrito y el cordón de mi zapatilla atado a la rueda, por si me lo quieren caminar. Manuel, le dije ¿Cómo son tus sueños?.. Vea Tío ¿no se vaya a reír? Te lo prometo, le dije.
Sueño con ser un tipo popular, con que la gente me quiere, y no ser un maldito y borracho como era mi viejo. A veces sueño que soy cura y hago misas y casamientos en una capillita como la de mi barrio.
Soñé que era pintor de cuadros, y pintaba a mi mamá y mi papá vestidos de recién casados. Y otra vez soñé con Dios todo de blanco dándome la mano, pero no la puedo agarrar, esta muy lejos. También sueño con ser músico y cantante, vestido con traje brilloso y moño negro, subido a los escenarios en recitales llenos de gente que aplauden, me encanta cantar, aunque mi hermana protesta. Me gustaría manejar aviones enormes como los que se ven las películas. Me enterré en sus sueños y en su búsqueda por un lugar en este mundo. Ninguno me pareció un exceso de efusión arrolladora. Él siguió contando sus sueños con tanto entusiasmo, con la total necesidad de hablar de sus cosas con alguien, que me sentí tan pequeño como un insecto. Manuel saltaba de una vocación a la siguiente y así a la otra, con el ímpetu de un galgo, por dejar el carro.
Conocía su realidad y sus pronosticadas responsabilidades. Por momentos dejaba sus sueños, y de un soplo regresaba a ellos con la misma ausencia de lógica que lo había espantado antes. Manuel era fresco, atrevido, y vibraba con su mirada clavada en el espacio, en la pericia por ser otro. Deseé mostrarle su actitud pero no la entendería. Estaba concentrado con sus ojitos negros viendo lejos su horizonte. Manuel no paraba de comentar cosas de todo tipo y contenido, y entonces me preguntó, diga Tío, ¿uste sabe lo que es despertarse con un hambre, como para comerse hasta las paredes? Me avergonzó tener que decirle no. Este niño tiene contenido, es como el Ave Fénix en tamaño infantil.
Tal vez amanece hambriento, deseoso por recargar energías y salir fortalecido hasta la estación del tren de Moreno. Debe haber disimulado al perverso que le había tocaba por padre, sentando a su hermanita en las rodillas, echándole mano a los abusos. Me llenó de ternura el cuento de sus desafíos a quince vueltas de molinete en la estación, saltándolo sin pagar boleto, con la complicidad del guarda y un ejército de soldaditos hambrientos escondidos en su carrito. Su mamá y su hermana uniformadas de comandantes de campo, motores de su sangre para empujar su desoldado carro. Transitaron otros trenes repletos de gente que mira y no quiere ver, y no quiere viajar con esta gente. Al próximo en llegar se trepó despidiéndose con un; chau jefe, y gracias por los cigarrillos. Manuel regresaba a su vida, a Moreno, a su casita de aquella calle de tierra con su mamá. Creí que le había robado un pedacito de esa casa de madera y de su calle, pero en realidad él me la obsequió por unos cigarrillos. Llevaba en su carro lo que supo juntar. En su rostro y sus patitas de gallo, la mueca del fastidio y de lo absurdo de ser tolerado a desgano. Vea tío, decía Manuel como inicio de unas historias riquísimas, que no sabré escribir, que no podré olvidar. Antes de trepar al tren con su carro hasta la estación Moreno, preguntó; ¿Diga tío, va a estar por aquí otra vez, para estar en el banco de la paciencia cuando espero el tren? Búcame pibe; le dije en un grito. Seguiremos contándonos cosas.
Eso especulé mientras el tren se alejaba. Y se fue, con sus trofeos de la obra del día. Su madre estaría esperándolo en la puerta con la imaginaria música de pompas y circunstancias, como un guerrero de regreso a casa. Mi espíritu viajó con él, en el tren. Ahogándome en el reino de las resacas. Para no perderlo de vista llegar a la estación del tren, en Moreno. Yo también quería ver ese cartel que alguna vez frenó su camino. Conocí a su madre abrazándolo y a fuerza de lavado y cepillo, quitarle toda clase de parásitos y lamparones. Me llevé por delante un guisado de sobras en la hornalla, como única comida conquistada del día. Sentí vibrar esas ganas de ella de tirarse a la calle a gritar como loca por la amargura que disimulaba. Aprecié sus ganas de echarle tóxicos al refrito, de salir de tanta indecencia incorporada y encontrar un huequito propio, entre los absurdos de este mundo. Pero no lo haría. A pesar de los lamentos de la de cinco, con sus manitos sacudiéndose absurdas, incontenibles. En cambio, ella quedaría mirando la gente pasar desde la puerta en la calle de tierra. Estaba atada a un tiempo empobrecido, recogiendo los recuerdos y los presentes junto al polvo acumulado sobre el piso conyugal. Quizás pensaría en su familia resignada al sin remedio, o en morir por ella, frente a un todo para que, si al fin y al cabo todo surgió de algunos revolcones que mejor olvidar. Era una criatura llena de sufrimientos, al que no le tenían permitido imaginar una historia diferente. En aquel momento, regresé al banco de la estación Caballito.
Vea Tío, ya no estaba allí. Manuel había regresado a la vida que asumiría soportar, pero con el ama colmada de fantasías acomodadas en sus sueños. En los impulsos de su sangre, llevaba el ángel de su madre y el sufrimiento por su hermana, la de cinco. Manuel, al que le arruinaron la edad del pavo y no tuvo tiempo de lidiar con el acné que nunca le llegó; llegó a Moreno con un carro cargado de sueños que no podría disfrutar. Manuel me dejó la presencia con un parche de pana en el ojo, y una condena a cadena perpetua por las estrecheses de mi vida donde no tenía espacio para acoplar a alguien como él. Abrió mis ojos, rompió mi alma, despertó en mi corazón. Al día siguiente, volví a la Estación Caballito. Pregunté por el tren a Moreno. La empresa esta de huelga, me dijeron.
Me senté en el mismo banco que el día anterior. Lleve un libro, papel y lápiz. Esperé hasta llegada la noche, pero Manuel no apareció.
En lo que quedaba de esa tarde, en la Estación Caballito; escribí esta historia.


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Narrativa, 3er. lugar: Web stress por Luis Enrique Gutiérrez González, Venezuela

Web stress
Luis Enrique Gutiérrez González, Venezuela
Tercer lugar


Había gastado todos mis ahorros en la compra de la mejor computadora existente en el mercado: la de mayor velocidad de proceso, con una enorme capacidad de memoria principal y un volumen en disco duro como para almacenar los conocimientos de media humanidad. Complementé mi adquisición con un monitor extra plano de extraordinaria resolución y un sin fin de accesorios que iban desde un teclado aerodinámico y un “mouse” inalámbrico, hasta lo más reciente en multimedia, impresora, “scanner” y pare usted de contar.
Eso fue hace algo más de seis meses. Recuerdo la emoción que sentí al extraer cada componente de su caja, aún sellada; el proceso de ensamblar sus diferentes partes utilizando los manuales de instrucción, la conexión física de cada cable, y finalmente el momento cumbre: el encendido. ¡Perfecto!
A continuación la instalación del sistema operativo, de los programas de reconocimiento y operación de los diferentes dispositivos y de un sinnúmero de programas de aplicación. ¡Toda la santa noche!... y buena parte del día siguiente para superar alguno que otro problemita que, con tesón y mucha lógica, pude resolver sin buscar ayuda.
Si; recuerdo cada instante, cada segundo desde que introduje en mi vida el bendito aparato...
«¡Qué nota! ¡Todo listo! Al fin tengo la máquina que tanto soñé: hojas de cálculo, procesadores de palabras, manejadores de base de datos, lenguajes de programación de avanzada; todo aquí, conmigo. Dispongo del enorme poder de la más reciente tecnología. Y ahora lo más importante, lo que en resumidas cuentas me motivó a comprar todos estos equipos: ¡Internet!»
Intenté comunicarme con el proveedor que había seleccionado después de verificar durante días y más días las tarifas, beneficios, velocidades y todo aquello que me permitiera sacar el mayor provecho a los potentes “hierros” que adquirí.
«¡Qué difícil la comunicación! ¡No atienden!»
Cuando al fin, luego de marcar el número no menos de doce veces, logré ponerme con un especialista y le expliqué mis necesidades, me dijo que esperara un momento, pues mi caso tenía que ser atendido por otro técnico. El segundo “experto”, a quien tuve que repetir la perorata que le había soltado al anterior, me pasó con un tercer técnico; y éste a un cuarto:
«—Señor, lo único que quiero es solicitar el servicio de Internet, ¿es eso tan complicado? —le dije con voz cansada.
—No amigo, eso no es complicado; pero entienda usted que existen muchas especialidades y que no podemos saber de todas ellas. Dígame usted, en que puedo ayudarlo —recitó de manera tan mecánica, que imaginé que a todos los que atendía les decía lo mismo».
En pocos segundos expuse por cuarta vez mi frustrado deseo de instalar Internet en la computadora recién comprada.
«—¡Ah, es eso!, haberlo dicho antes —me respondió el personaje al otro lado de la línea, mientras yo sentía que mi sangre alcanzaba una mayor temperatura.
—Ya lo he dicho cuatro veces con esta, pero, por favor, no perdamos más tiempo.
—Está bien amigo; haga lo siguien... tuuu, tuuu, tuuu, tuuu...
¡Se colgó la llamada! »
Tuve que iniciar nuevamente la aventura: lograr la comunicación y esperar a que me pasaran un técnico que atendiese específicamente mi requerimiento. Antes de conocer su nombre... se volvió a colgar la llamada.
«¡Coño, quiero instalar Internet!»
Cuatro días después todo estaba en orden. Por supuesto tuve que disponer de una mañana entera para ir personalmente a la oficina técnica del proveedor y recibir un instructivo detallado y un “CD” con cuyo apoyo pude lograr mi cometido en pocos minutos.
«¡Al fin! Me encuentro en el peaje de la autopista tecnológica. Prendo mis motores; arranco... www.allavoy...
—Necesito enviar correos; muchos correos. Tengo la dirección electrónica de gran cantidad de amigos y quiero que sepan que ya estoy con ellos. Debo llenar el directorio de contactos y organizar los grupos para enviar mis mensajes por lotes.
Aquí me hallo ahora; frente a mi súper monitor, acariciando el teclado. ¿Qué les escribo?; ¿qué les digo? Realmente no se me ocurre nada. Necesito mandarles algo interesante, que los impacte. No puedo enviarles puras estupideces; no vaya a ser que me tilden de ignorante o superfluo. Mi estreno en la “Web” no debe pasar desapercibida. ¡Qué broma con esta cabeza mía!»
Un día después empecé a recibir correos, muchísimos correos; la mayoría de ellos amenazando mi vida y la de los míos si no cumplía con lo que solicitaban o no reenviaba los mensajes a otros internautas siguiendo sus instrucciones: “envíalos a diez, a cincuenta... a cien de tus contactos, si no quieres que mañana te atropelle un carro, asalten a tu mamá, te salgan gusanos por la boca o se te aparezca el mismísimo diablo en ropa interior”.
No podía arriesgarme a que eso sucediese, por lo que asumí el reto de darle respuesta a todos, sin excepción.
Pornografía como por encanto. Se reproducían los mensajes que entraban en mi buzón sobre temas sexuales: chistes, fotos, videos y conversaciones en vivo. A diario, no menos de dos mujeres en pelota se mostraban insinuantes sobre la pantalla, camuflajeadas entre el resto de íconos del escritorio, sin que yo hubiese hecho nada para ello... o al menos eso era lo que yo pensaba.
«Si mi madre viera esto se desmayaría ¡Qué vergüenza! Tengo que borrarlo todo. Debo eliminar el historial de páginas que he accedido, desaparecer por completo las pistas que pudiesen haber dejado las subrepticias “madamas” y los tahúres tecnólogos que, cual magos, las hacen aparecer a diestra y siniestra. ¿Cómo hago? ¡Carajo, que fastidio!; si sólo me metí en un par de esas páginas por pura curiosidad».
Las horas que pasaba enfrente del monitor se multiplicaron. Ya casi no dormía. Me estaba convirtiendo en un “zombie” tecnológico, en un autómata digital; esto último porque sólo maltrataba el teclado con mis dos dedos índices.
Participé con frecuencia en una increíble cantidad de foros y “chats”. Me iba dando a conocer.
Mi lista de favoritos llegó a saturarse de páginas cuyo contenido me entusiasmaba al principio, pero que después de accederlas un par de veces me daba cuenta de que sólo servían para embrutecerme. Lo malo era que después no podía desinstalarlas. Las muy parásitas se pegaban como sanguijuelas a mi disco duro. No pasaban cinco minutos sin que los llamativos objetos que las promocionaban se mostrasen titilando y saltando en la pantalla para llamar mi atención.
Sin embargo seguí indagando, investigando, bajando a la computadora nuevos programas, juegos, videos; toda clase de páginas. Era una obsesión que no estaba en capacidad de controlar. Comencé a perder el dominio sobre el contenido de mi máquina y sobre mis actividades diarias. Mi manía iba en aumento y me exigía más cada día.
Enviaba cientos de e-mails diarios, casi todos ellos respondiendo a correos de origen desconocido que me llegaban por docenas y que por alguna razón que aún desconozco me era imposible dejar de leer y contestar. Lo que si pude comprobar es la falsedad de lo que ofrecen esos mensajes, ya que de ser ciertas tantas promesas en estos momentos yo sería millonario, santo y feliz.
Luego de cuatro meses “conectado” a Internet dejé de asistir a la universidad. No tenía ni tiempo ni disposición para ello. Olvidé las fiestas, los paseos, las salidas con las chicas y todo aquello que fuese capaz de separarme un segundo de mi computadora. Comprendí y acepté mi condición de esclavo de la “Web”.
Como puede preverse discutí mucho con mis padres, pues comenzaron a preocuparse seriamente por mi salud mental y física; pero nada de lo que hicieron o me dijeron pudo hacer que despegase mi vista del monitor. Sentía un enorme poder al comunicarme con todos, al estar al mismo tiempo y a toda hora en los lugares más distantes del planeta... me sentía el centro del universo.
Hace un mes me montaron una celada. Estoy convencido de que mamá y papá tuvieron algo que ver con ella porque para ese tiempo habían disminuido sus críticas y se mostraban más condescendientes con mi “enfermedad”. Además... ¿quién pudo haber desactivado mi antivirus ese aciago día?
El ataque fue masivo y simultáneo. Si mal no recuerdo, los correos portadores de los “gusanos” que dirigieron su maligno potencial a los puntos más vulnerables de mi computadora, provenían de mis contactos más frecuentes; de mis “amigos”. ¡Malditos traidores!
No lo pude soportar; a medida que observaba que los directorios de mi sistema operativo desaparecían como por arte de magia; que sucesivos mensajes de error iban presentándose en la pantalla como gritos desesperados y angustiosos de mi adorada máquina, herida de muerte, la rabia se fue apoderando de mí. Nadie quiere creerme, pero les juro que en esos instantes mi computadora comenzó a doblarse, a contorsionarse de dolor y a dar alaridos pidiéndome que la auxiliara. Intenté apagarla pero me fue imposible. Corté la corriente eléctrica, pero de nada sirvió. El proceso degenerativo continuó como si nada. Lo que presencié en ese momento fue el final de un ser vivo. Mi preciado artefacto se derrumbaba. Creo haber visto una voluta de humo negro elevándose desde el procesador, mientras el monitor exhalaba un último y agónico suspiro. Me abracé a él como un loco pidiéndole que no me abandonara. Fue un postrero acto de solidaridad que desgraciadamente terminó en fracaso.
No pude contener mi rabia. La emprendí contra todo lo que se encontraba a mi alcance. Destrocé mi habitación y luego continué con el resto de la casa, para finalmente atentar contra mi propia humanidad. No recuerdo más nada de ese día.
Ayer me quitaron la camisa de fuerza. Los médicos dicen que en un par de semanas me dejarán salir de esta celda acolchada.
Después de expresarles mi deseo de escribir algo sobre la experiencia vivida, me han traído unos creyones de cera y algunas hojas de papel en blanco. No dejan de observarme a través de algunos agujeros que se encuentran estratégicamente situados en las paredes de la habitación. Parece que estuviesen esperando el momento oportuno para atacarme; como si fuesen virus.
Le he dicho a mamá que deseo transcribir esta historia. Se ha mostrado muy entusiasmada por mi iniciativa, pues considera que es un indicio de que estoy mejorando. Me asegura que lo podré hacer tan pronto me den de alta y que hablará con mi abuelita, pues cree que ella aún conserva la vieja máquina de escribir que utilizaba en sus tiempos de estudiante.
Me causó risa esta propuesta. Mamá desconoce que lo último que mi computadora me dijo, como un susurro agonizante, fue que nos volveríamos a encontrar... más pronto de lo que me imaginaba. Espero con impaciencia el momento del reencuentro.

Narración breve: Menciones de honor

Ricardo Juan Benítez, Argentina
El hombre de marrón, del fondo de mi casa
Mención de honor

“A Gila”


Jamás había tenido un golpe de suerte en mi vida. Cuándo me dijeron que había heredado una casa, pensé que me estarían haciendo algún tipo de broma pesada. Pero no fue así. El caserón quedaba en el barrio de Caballito. Todavía sobrevivían algunas calles adoquinadas, y la mayoría de las construcciones eran bajas. De esas casas que llaman “tipo chorizo”. La entrada era por un zaguán, con puerta y contrapuerta. Eran de marco de madera, y vidrios repartidos. Los herrajes y la aldaba eran de hierro fundido. Luego de un hall de recepción, se entraba a un patio enorme y embaldosado. Lo cubría una parra de hojas tupidas.
Hacia la derecha había una escalera de mármol, cuyo primer descanso daba una pieza. Al final se entraba a la terraza.
Todas las piezas, una detrás de la otra, daban sobre el patio. En este había unas cuántas macetas con flores y plantas; y un jaulón, que en sus mejores épocas, seguro, estaría lleno de canarios y cardenales. Al final del patio (lo que parecía el final) había una cocina. Detrás de ella, proseguía el patio, y había un par de piezas más y los baños.
Mentalmente hice la lista de elementos. Pintura al aceite y al látex, pinceles, aguarrás, clavos, machimbre, algunas chapas para reparar el techo de la galería. Después tenía que revisar los desaguaderos y la instalación eléctrica. De hecho, tuve que comprar una llave térmica, porque la que había era con tapones y estaba destruida.
Después de dos semanas de arduo trabajo, casi había finalizado. Entonces ocurrió aquello.
-¿Te enteraste que hay un tipo de marrón en el fondo de casa?
Estaba chupando la bombilla, tratando de tragar el mate casi hirviendo que me cebaba Susana. No solo escupí por la boca, sino que un poco se fue por la nariz. Total, que me queme la garganta, y las fosas nasales. Y tosí como un condenado.
-¿Qué dijiste?
-Un tipo de marrón. Lo vi esta mañana.
-¿Y?-la miré incrédulo- ¿Qué hiciste?
-Nada… te lo digo a vos-entornó los ojos con aire conspirador-sos el hombre de la casa. Tenés que ir a hablar con él.
-¿Si? ¿Y que le digo?-el esófago me ardía, y no era de acidez- Buenas, señor ¿Cómo está? ¿Le incomoda que viva en mi propia casa?
-Nuestra… nuestra casa…
-Claro, nuestra casa-de nuevo la miré esperando que me dijera que era una broma-¿Por qué no empezaste a los gritos?
-¿Porqué? Si el pobre viejo ni se escuchó en todo este tiempo.
-Bien, ¿Y porque no lo invitas a cenar?
-¡Ay! ¡Haceme el favor!-ahora ya estaba alterada- anda a hablarle, para saber quién es. O si no mejor… habla con la inmobiliaria, a ver que te dicen.
En la inmobiliaria, me dijeron que tenía que hablar con la escribanía. Y en la escribanía que tenía que hablar con mis tíos, haber si sabían algo. No sabían nada.
-Mirá nene-para mi tía siempre era el nene- creo que la abuela Jacinta me habló de un señor. Creo que era carpintero, y que le subalquilaban una piecita. ¡Pero hace tanto! No se más nada.
Mi tío, como siempre, no sabía nada de nada. Excepto armar su pipa para ir a fumar a la vereda.
-¿Qué vas a hacer?-Susana me miraba casi con lástima.
-¿Y si voy a la comisaría?
-¡No lo puedo creer! Me casé con un hombre sin huevos. ¿Qué te van a decir en la comisaría? ¿Sabés cuántas casas tomadas hay en el capital?
-Una casa tomada… significa varias personas, acá estamos hablando de un viejo.
-Ese es el tema-me dijo socarrona-un viejo. Mañana sacalo de las solapas a la calle, tonto.
Al día siguiente llegué hasta la piecita. Estaba al fondo, al lado del baño más pequeño. Había un tema, y que no era menor. Yo jamás lo había visto cuándo hacia las reparaciones. Tampoco cuándo, necesariamente, el tipo tuviera que hacer sus compras. ¿Habría alguna entrada secreta que yo no conocía?
-Dejá, viejo-la voz de Susana a mis espaldas- ¿Qué mal puede hacer? Los chicos lo quieren, están horas con él.
-¿Los chicos? ¿Esteban y Paula? ¿Nuestros hijos?
-Si, lo adoran.
-Pero… ¿Si el tipo es un pervertido? Pensá, si les hace algo.
-Boludo, ¿Cómo podés…?
-Esas cosas ocurren, no es ninguna novedad…
El asunto, es que me convenció. Pero en la semana ocurrió algo, que me decidió a enfrentarlo.
-¿Qué es eso que tenés ahí, Paula?
-Un crucifijo, me lo hizo el señor de marrón…
-Ni siquiera le conocés el nombre…
-No, le decimos abuelo.
-¿Me lo dejás ver?-lo tomé en mis manos.
Yo nunca había sido demasiado creyente, pero el contacto con aquel crucifijo me sensibilizo. Era como si la madera irradiará tibieza, y calma.
-Papito… ¿Estás llorando?
Tenía un nudo en la garganta, y las lágrimas caían por mis mejillas a raudales. No podía dejar de acariciar la imagen del Jesús crucificado y sufriente.
Paula había ido a buscar a su madre, y volvió con ella y con su hermano. Los tres me miraban sin entender demasiado. Creo que jamás me habían visto llorar; ni yo entendía que pasaba. Me acerqué a Susana y le di el crucifijo, y dejé de llorar instantáneamente.
Susana lo miraba con los ojos vidriosos, pero en ningún momento rompió en llanto.
-¿Qué vas a hacer?
-Primero quiero el crucifijo envuelto en alguna tela. Después, mañana a la mañana voy a hablar con este hombre.
Temprano me levanté, y salí a caminar por el barrio. Puse mi mente en blanco, y disfruté de los primeros rayos del sol. Algunos chicos con sus guardapolvos blancos iban al colegio, entre risas y gritos. Una señora paseaba su diminuto perro, y el carnicero estaba abriendo su negocio. Trate, sin mucho éxito, de no pensar en el extraño incidente de la noche anterior. Después de caminar unas cuántas cuadras, decidí volver bordeando las vías del tren. Pasó uno, con su acostumbrado chillido a hierro sobre hierro.
Ya estaba decidido. Era el momento de hablar. Pero al doblar la esquina, me encontré con que algo andaba mal. Un patrullero estaba frente a mi casa, y una comisión policial esperaba en la entrada. También había una ambulancia, y estaba llegando otro patrullero.
-Perdón… ¿Usted es el dueño de casa?
-Si…
-¿Me podría acompañar?
Entré, y en el hall estaban Susana y mis hijos. Me miraron en silencio, y serios.
-Por acá, señor.
El oficial me indicó la cocina. Pero seguimos, hasta el fondo. La pieza del hombre de marrón.
-Buenas… disculpe ¿Usted sabía de esto?
-Bueno… mi señora me había comentado algo, y yo…
-¿Por qué no nos llamó de inmediato?
-Pensé que yo podía manejar la situación-Los policías se miraron perplejos-No los quería molestar por una pavada… después de todo venía a hablar con él…
Ahora si, los tipos me dedicaron una mirada que mezclaba el asombro con la reprobación.
-¿Y se puede saber como iba hacer eso?-La voz del oficial sonó burlona.
-A eso venía, cuándo…
-Espere-levanto la mano-sígame… así me explica mejor.
Al entrar en la habitación, varias sensaciones me invadieron. El sentido olfativo fue castigado por un hedor a encierro. Humedad, como a hongos putrefactos. Un calor propio de las piezas que han estado mucho tiempo cerradas. Varias personas, algunas con guardapolvos y guantes de látex, rodeaban la cama.
-El cadáver está momificado, por eso no despedía olor-unos de los de guardapolvo estaba hablando-Tendremos que hacer algunos estudios, pero la muerte data de unos cuántos años.
El policía me miraba socarronamente. Yo miraba el crucifijo de madera que pendía sobre la cabecera de la cama.
-Bien… ¿Me puede explicar?
-Perdón, oficial ¿Usted habló con mi señora? ¿Con los chicos?
-Si… pero están algo alterados, preferí esperar a que se tranquilizaran.
Salí de la habitación seguido por los dos policías, y me dirigí al comedor.
-Susana ¿Dónde está el crucifijo?
-Ahí… está envuelto en la franela…
Me acerqué al trapo amarillo sobre la mesa, y lo abrí. No contenía nada. Solo atiné a alzar la mirada, y mirar a mi familia. Tendríamos un arduo trabajo para explicar lo inexplicable.

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Cierta familiaridad con los travestís
Marcelo Mangiante, Argentina
Mención de honor


Si al lado de la casa de Javier hubiese uno de esos sucuchos en donde un barbudo está todo el día yiiiiiinnnnn con la aguja tatuando a la gente él seguro terminaría con una doncella alada esculpida entre los omóplatos, se grabaría todos los CDs de Marley aunque después no los escuchara y, es muy probable, tendría amoríos y conflictos con una chica punk de trenzas y de largas polleras.
Si viviera junto a una farmacia, un día que anduviera engripado, le sacaría charla a la farmacéutica pidiéndole que le recomiende un buen antigripal, porque la verdad es que se enferma seguido.
Pero ni rastros de algo así. Javier vive en la esquina de la terminal de ómnibus, a 15 metros de lo que popularmente se conoce en Paraná como la "la plaza de los travas". Toda la noche y hasta bien entrado el día los bares abiertos, la música fuerte, los bulos a media luz, haciéndose obvios por su supuesto propósito de pasar desapercibidos y por sus mesas grasientas. Toda la noche las risas y los gritos de las locas, altísimas, taconísimas, en la vereda de enfrente. Vienen de barrios marginales y de barrios bien. Han venido de Santa Fe. Y se ha armado la podrida. Lo más jodido fue cuando la inundación, hace un año. Llegaban a la terminal los colectivos llenos de locas: locas conocidas y locas nuevas. Allá habían perdido todo, hasta los clientes, y mucho no podían laburar: un poco el qué dirán y, más que nada, la competencia.
3 muertas fue el saldo. Primero, una de las nuestras, Sandy, Q. E. P. D. Luego, dos de la visita. Total: 14 balazos. Así se calmaron las aguas --cada cosa volvió a su lugar-- pese a que todas prometieron venganza: hasta las que hubieran debido agradecer, o pedir perdón. Javier sostiene que se juraban revancha para parecer más bravas y mantener bien lejos a las rivales. Porque había que ver a Flavia Palmera y sus turritas inundadas cómo huían despavoridas con el sorongo achicharrado entre las piernas. Humillación pura.
Las que hace años que laburan, por lo general alquilan en el barrio. El resto las respeta más que a nadie: son las que se aguantaron todas. Alguna herida de guerra tienen, de eso nadie se salva. Son las que les explican a las nuevas sus derechos legales, leen y hasta proponen ordenanzas al concejo deliberante. Puede que ya estén medio reventadas, pero el ascenso social para estas chichis pasa por la trayectoria. El cuerpo es lo que más cuidan, pero siempre es un envoltorio, un pretexto, un anzuelo. Lo que cuenta es quién sostiene la caña. Y eso se sabe afuera del agua: el cliente es el que menos entiende, cree que todo termina en el cuerpo; los travestís saben que ahí es donde todo empieza.
Sheila es la reina. Tuvo participación decisiva cuando estalló el bolonqui con las santafesinas. Ella solita organizó la resistencia, con eso llegó a la cumbre. Los canas se habían mandado a guardar. Ni un cabecita en la puerta de la comisaría dejaron. Y Sheila los sacó a patadas a la calle. "Al servicio de la comunidad. ¡Ja! Cagones". La alianza hace la fuerza y a las armas las lima el diablo. Así nadie es autor de nada y no hay más víctimas que las fatales. La humillación de un bando es el glamour del otro bando. Hoy Sheila es orgullosa propietaria y vive en paz.
Cuando tiene que hacer trámites, cosas legales, cede su cuerpo a Carlos y tiene pelo corto. Carlos, suele ser un momento molesto de su vida entre las 2 de la tarde y las 8 de la noche. La casa de la reina se conecta, vía medianera, con la de Javier.
Desde el otro lado del tapial el grito sobresalta a Javier, que está regando el limonero del patio:
--Javier, se me quebró el sacacorcho. ¿Me prestás uno?
El la aprecia. Gracias a ella se ha enterado de que, contra lo que él creía, la gran mayoría de los tipos que se acercan a un travestí no lo hacen con la intención de llenar el hueco ajeno sino el propio. Sheila le ha contado varios secretos de la profesión.
--Lo que más rinde son las despedidas de soltero. Pero tenés que tener cuidado. Los de clase alta o baja pueden ser peligrosos. No cumplen lo que arreglan. Te pueden dejar de hospital o peor. Los que son unos tiernos totales son los de clase media. Regatean siempre, pero siempre pagan. Pedís el doble, trabajás la mitad de tiempo y te sacrificás la cuarta parte, porque pocas veces llegás a tener sexo. Tenés que bailarles, provocar, provocar y provocar. Eso con el cuerpo. Pero ponés cara de inaccesible. No te digo que funciona todas las veces, pero… 90 por ciento sí. 90 por ciento, eh. Se intimidan, ¿me entendés? Y se conforman con la franela. Ay, mirá Javi, vos que sos un divino tendrías que entrar en el negocio. Te llamarías, a ver déjame que piense… Candela. Candela, la que te quema. Y serías mi protegida. ¡Dale!
A Javier no le convence la idea de entrar a prostituirse, al menos eso es lo que nos dice. Lo cierto es que aunque le atrae el despelote que es ese ambiente, no tiene mucho feeling con las locas. Solamente con Sheila ha logrado entablar una charla que pase de dos minutos. Y más que nada porque la tiene viviendo al lado y ella es super-charlatana.
Ahora Javier está con una gripe furiosa, que no se puede ni levantar al baño. Siente que necesita una farmacéutica que lo mime, que lo medique. O una punkita que le enrede el pelo sobre la frente. Y abre grandes los ojos al descubrir, solo en su cama y con 39º de fiebre, que en toda su vida nunca vio ni a Sheila ni a ninguna loca estornudar una sola vez. Jamás un mísero resfrío. ¿Cómo puede ser que ellas, trabajando al aire libre, a veces con 5º bajo cero, con esas minis cortísimas, no terminen internadas? Cuando me reponga, piensa, le voy a preguntar a Sheila qué marca de antigripal usan.
Pero qué va. Sheila está en coma y le contará un secreto más si se recupera de los 9 balazos que le encajó Flavia Palmera, la reina santafesina, que esta noche burló --¿burló?-- la vigilancia policial de dos provincias y bajó en la terminal vestida de varón, y en menos que cacarea una gallina, sacó la 45, disparó y subió otra vez al ómnibus que, cinco paradas más adelante, mañana al mediodía, de no pasar nada raro, llegará a Camboriú, más allá de la frontera con Brasil.

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La fosa
Gabriel Francisco Tejerina, Argentina
Mención de honor


Caminaba por el bajo, se preguntó al acercársele un harapiento con barba y olor a vino que le pidió diez centavos, si ese hombre podría adivinar si él, Martín Gabriel Luna, de treinta y dos años, estaba regresando o estaba yendo a algún sitio.
Lo miró fijamente Martín a los ojos al harapiento, éste le devolvió la mirada, pero no lo veía a él. Observó Martín que el harapiento hacía unos movimientos con sus brazos, le pareció que realizaba aquella secuencia que se practica cuando uno se dispone a la lucha, cuando uno se prepara para pelearse a trompadas.
-Diez centavos- dijo el harapiento, algo nervioso y escupiéndole todo el hedor a vino y a comida rancia a los labios de Martín.
Sintió el muchacho que se tragaba todo ese vino barato, trató de expulsar su saliva, pero no lo logró y se la embuchó de un saque. Una mezcla de asco, violencia y también pudor se apoderó de Martín.
¿Qué edad tendría el harapiento?, “acaso unos años más que yo, no más de siete u ocho, pero parece un viejo de cincuenta”, se contestó Martín, quizá un tanto reconfortado en ver la miseria ajena en primer plano.
-¿Te doy diez pesos, si adivinás si vengo o si voy?- sorprendió Martín.
-¿Qué decís pibe?
“Hasta ya se piensa viejo, se cree viejo y lo es, ¿o acaso una cronológica edad puede más que contra un centenar de experiencias de pura mierda?”, reflexionó Martín.
-Que te doy diez mangos, si acertás en si vengo o si voy- El harapiento se rascó la cabeza y lo miró con malicia y desconfianza a Martín.
-No es joda, acá están los diez mangos, mirá- Martín buscó en su campera y no encontró nada, metió entonces la mano en su bolsillo trasero del jean y allí estaban los arrugados diez pesos, que él denominaba “los del culo, los que nunca se juegan”. Se los puso frente a la cara al harapiento y se los pasó bruscamente por la nariz. El harapiento hizo también un movimiento brusco para desembarazarse no sabía bien de qué. Disfrutaba Martín lo patético de la situación, se regocijaba en la humillación.
-Salí pibe que te voy a partir una botella en las bolas- dijo, finalmente, el harapiento mientras retrocedía. Martín pensó que pensaba el harapiento que de aquella situación no llevaba el control. Pensó que pensaba el harapiento que ello lo exasperaba. Pensó Martín que pensaba el harapiento que sólo se defendía, perpetuamente.
-Tranquilo, viejito- dijo Martín. Es sólo voy o vengo.
-Venís pibe, venís- dijo el harapiento sin esperar recompensa, dijera lo que dijese.
-¿Por qué lo decís, viejito?
Dame la plata pibe, y rajá de acá, que están llegando los compadres y ahí de qué te disfrazás.
-¿Por qué decís que vengo?
Sos una mierda falluta ¿ves? Así no era el trato pibe, rajá, pibe, rajá…
- Sí, lo soy, pero no de la forma que pensás, sino distinto, viejito. Es tuyo, perdiste, pero da igual- le dijo casi gritando Martín y arrojándole el billete al suelo. Se alejó despacio el muchacho y encendió un cigarrillo, sonrió al pensar que el harapiento tendría que agacharse para recoger el billete. No necesitó darse vuelta y contemplar la imagen para sentirse satisfecho.
Al llegar a Lavalle, pensó Martín que lo cierto es que estaba en problemas. En realidad siempre lo había estado desde que había empezado a jugar, sólo que ahora se enfrentaba con seguridad a un dilema final podríamos decir. Porque no existían soluciones varias, más o menos complejas, sino una única salida o quizá la nada misma, que en realidad no era otra cosa que una consecuencia lógica. Y no había ya desquite.
No iba a aburrirse pensando cómo había llegado hasta este patético punto, además hacía demasiado frío y nunca había sido aficionado a la historia, porque siempre había sentido que no era más que un raconto estéril y muerto. Y, sobre todo, inmodificable, lo cual implicaba que confesase que sentía un rechazo visceral a aquello que se le cuadraba como invariable.
No era sin embargo soberbia lo que lo movía a sentir de esta forma y menos aún cobardía.
Martín Gabriel Luna le escapaba a aquello que estuviera ya decidido, a aquello de lo que ya nada había qué esperar.
“¿De qué sirve una belleza que no se contempla, una caricia que no se siente, un libro que no se lee?, podrán decirme que queda el recuerdo, la enseñanza, es todo basura. Lo único que justifica es la reacción y algo ya decidido no puede generar más que desazón, por más que la caricia sea de la dama más bondadosa y bella, o el libro sea una obra maestra húngara”, reflexionó mientras guardaba sus manos en los bolsillos de la campera.
Es muy probable que el sentir de esta forma lo haya convertido en un jugador a martín Gabriel Luna, porque allí en el juego es donde se expresaba para él la última forma de libertad y se desarrollaba la vida real, aquella que invalidaba a la muerte pretenciosa, siempre bien dispuesta a capturar con sus tentáculos, llámense enfermedades, pero también recuerdos.
“Es en el juego donde un hombre encuentra todos los sentidos de la naturaleza, porque no hay nada allí echado y se arriesga uno al todo y no a la nada como algunos creen tontamente, porque la nada se nutre solamente de aquello que ya no puede ser otra cosa más que eso, aquello que ya ha tomado su última forma”, masculló y expulsó fundiéndolo a la bocanada de su nuevo cigarrillo.
Cuando cruzó Coronel Díaz Pensó Martín Gabriel Luna en el harapiento borracho y se dio cuenta que aquella escena del juego había sido sólo una fantochada.
Que el harapiento había ganado, porque ese hombre ya se había resignado hacía rato. Había comprendido que no hay juego que merezca ser jugado, que la voluntad y el esfuerzo sólo nos vuelven más patéticos o mejores muñecos, pero nunca hombres.
Subió a su departamento en Guemes 3311, abrió el cajón del escritorio de su estudio, tomó el fajo de billetes y aceleró el paso.
Paró el primer taxi que vio. Seguía nublado.

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El tren
Ulises Carlos Córdoba, Argentina
Mención de honor


Todo esta listo para que el tren con su fila de vagones, parta rumbo a su destino. Un silbato y el tañido de una campana anuncian su salida. Los pasajeros se ven inmóviles a través del vidrio de las ventanillas. La máquina, denotando un gran esfuerzo, se pone en marcha lentamente. Luego, su paso se acelera devorando distancias sobre firmes y brillosos rieles donde el reflejo de la luz juega a las escondidas. En tramos, las señales verdes le indican que tiene vía libre, continuando su raudo avance desplazándose sobre puentes y entre árboles y postes telegráficos que como espectadores moviéndose en sentido inverso, se hubieran convocado para saludar el sorprendente paso del convoy.
Los campos con sus animales y sembrados raudamente cambian de fisonomía desapareciendo en una perspectiva de difusos matices y cambiantes colores.
Con la llegada a la primera estación y cuando el tren se detiene, se produce un movimiento desusado. En pocos minutos todo vuelve a la normalidad aprestándose la máquina a proseguir su viaje. Nuevamente un silbato y el tañido de una campana resuenan en el vistoso andén.
En su raudo y veloz viaje el tren se encuentra, sorpresivamente, con un cambio de vía que lo desplaza hacia la derecha.
Esta repentina innovación produce el descarrilamiento de la locomotora con todos sus vagones.
Como idóneo ferroviario jubilado, el abuelo, en ese instante, se abraza con su nieto conmovido por lo que acaba de suceder y como sumergido en un largo túnel cuyo final es un límpido cielo azul, inusitadamente, se ve envuelto por un estado de ensoñación que lo lleva a retrotraerse en el tiempo, rememorando su pasado de maquinista, cuando el horario de partida y de llegada era una honra. Cuando junto al fogonero calculaba la cantidad de leña o carbón que debían introducir en el incandescente fogón o caldera, para que la presión de 200 libras por pulgada cuadrada, se mantuviera firme e inamovible.
La velocidad estaba dada por esa elemental presión.
En este caso, él la hubiera reducido a la mitad antes de entrar en ese cambio de vía.
Su máquina en aquella época, era la doscientos noventa y uno que mantenía bien pintada, lustrada y engrasada. Los bronces de manivelas y otros elementos, emitían el permanente reflejo de su brillo ante la negrura de su entorno.
Su silbato era reconocido en todas las estaciones cada vez que hacía su arribo. Uno bien largo y otros dos mas cortos, como una escueta señal transformada en audible imagen auditiva.
En la estación colmada de gente, el vagón correspondiente a la estafeta de correo abría su puerta corrediza y se ponía en movimiento. El estafetero entregaba y recibía las sacas de correspondencia que le aportaban los empleados del lugar.
Los pasajeros en ágil movimiento se desplazaban en idas y venidas hasta que luego de algunos minutos volvía la calma.
Entonces, mediante su accionar sobre las palancas respectivas, la máquina, que en ese ínterin había sido provista con el agua faltante, se ponía en movimiento con sus ruedas de acero. Estas, ante un aceleramiento deliberado, patinaban o resbalaban sobre los rieles. Luego, afirmadas convenientemente, lograban que la locomotora reiniciara su marcha con su carga a cuesta. El silbato y la campana, que significaban un aviso premeditado, le daban la despedida.
Él, retribuía la atención con su audible silbo, imaginariamente codificado, entrecortado como un mensaje en código Morse.
Mientras el abuelo, seguía sumergido en su pasado, el nieto colocó nuevamente su trencito sobre las vías para continuar con su recorrido abruptamente interrumpido.


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Poesía, 1er. lugar: Retorno por Alcides César Dupuy, Argentina

Retorno
Alcides César Dupuy, Argentina
Primer lugar

Aún la sal precipita en mis rostros.

Y el salitre extrae
en miles de agudas agujas
el ruido negro de tendón y fibra.

Alimentaré entonces
astillas de sílex,
limadura de huesos,
ceniza de alondras.

Entre carbones encendidos
y peces
y espadas,
cuajan mis ojos en inmensa amargura
y humedecen el polvo de arrugadas cicatrices.

Todo es silencio,
sólo el crujir de larvas,
sólo la convulsión de arcilla y terrones.

Hay tanta luz afuera
Mientras aquí sólo el destierro,
sólo el dolor adherido a hojas secas.

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Poesía, 2do. lugar: Divagar por María del Pilar Casas Luque, Colombia

Divagar
María del Pilar Casas Luque, Colombia
Segundo Lugar


Me perderé en el silencio,

escudriñaré

la verdad envuelta en sueños.

Divagaré entre sombras, abrazaré lo eterno

y en un suspiro

entenderé lo incierto.

Cerraré mis ojos

para ver mejor lo que llevo dentro,

comprenderé en segundos

la misión

que me ha traído a este mundo,

penderé del tiempo al igual

que del mismo viento.

Tomaré mi pluma

soltaré sentimientos,

esperaré en calma

lo que Dios tiene para mí

como perfecto.

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Poesía, 3er. lugar: Sin embargo por Elisabet Amelia Cincotta, Argentina

Sin embargo
Elisabet Amelia Cincotta, Argentina
Tercer lugar


sin embargo te fuiste
la noche demasiado intensa sigiló tus pasos
la mirada al viento encalló en el horizonte
lágrimas perfumadas
rítmicos efluvios del pasado rogaron que no te vayas
y sin embargo partiste
hoy es mañana
un nombre inmerso en el recuerdo
una sonrisa
y ninguna palabra

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Poesía, 3er. Lugar: Grafo por Aram Vidal Alejandro, Cuba

Grafo
Aram Vidal Alejandro, Cuba
Tercer lugar

Tres puntos bastan
para tomar puntería
para formar un plano
para aprobar un examen
para la más breve constelación
para tres tristes tigres
Dos puntos bastan
para limitar un espacio
para que haya desigualdad
para la distancia más corta
para empezar una carta
para romperse la cabeza
decidiendo cuál
Un punto basta
para fijar la mirada
para tener algo único
para encajar una bala
para sembrar la semilla
para caminar siempre recto
Ningún punto basta
para admirar el principio
para nombrar el silencio
para temerle al vacío
para acercarse a la muerte
para incitar a marcarlo
Todos los puntos
sin embargo
son sólo una mancha

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Género Poesía: Menciones de honor

Un momento de la vida
Mabel Bellante, ArgentinaMención de honor

Fue en el instante en que esa mirada
buscaba alas en mi cara
cuando mi alma fue otro espacio
que se alejó de mí
y fui una crianza de hijos
para hacerlos madurar.

Soy la gente, me equivoco fácilmente.

Ni bien empiezo a sentir, ya siento mis paradojas.

Debe ser la luz del sol
del mediodía, o un momento de la vida
imposible de fingir

lo que me lleva adelante.

Y así, seguir siendo. Ante cualquier sepulcro
que busque disolverme la esperanza.

Ya no quiero pedir por favor a los momentos.
Fueron muchas las madrugadas
que lloré faltas en mi sien.

Debe ser la gran masa, que ya pasa.
O el desgarro de una fatalidad sin promesas.

Debe ser que ya no quiero
la ganancia
a cualquier costa
si no hay gracia.

Soy la gente.
Pobre gente.

Soy la gente, me equivoco fácilmente.

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Inútil
Julio Alberto Balcázar Centeno, Colombia
Mención de honor

Inútil es la esperanza que se abraza a mis botas
Y los vinagres que mienten,
Y las salidas con nombre de mujer.
Inútil el polvo de oro de la quimera que cobra veinte
Por un cuarto de gloria,
Sin penales ni tiempo extra.
Inútil manolito con sangre de telegrama,
Meteoro con direccionales,
Un leotardo molido en las fauces de la madrugada.
Inútil la cosecha de Abeles y Caines.
Bella y rastrera, la verdad a plena luz del día.
Inútil la memoria de las cartas,
El sudor compartido en las trincheras del destierro.
Inútil la fe levantada si ya se han ido los sueños y el corazón
Ha levantado su tienda en otra parte.

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Poema 7
Sara Vanégas Coveña, Ecuador
Mención de honor

escupo tu nombre en el agua
mientras la noche lanza sus escorpiones sobre mi corazón
averiado y cobarde
la luna cada vez más alta
el aire en llamas
y el agua...
el agua que envenena mis labios

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La distancia
Rosy Paláu, MéxicoMención de honor

Fija la distancia,
fija la hoja
como una llama verde
que alumbra el árbol.
A cuántas voces
te encuentras ahora
que la noche
se vuelve
cargando sobre sus hombros
una luna rota.

Mi recuerdo te dibuja
y en el umbral
de la puerta
recuestas tu silencio.
Niño sin respuestas,
pido una boca
para tu sombra que calla,
unas manos
para mis ojos
que te tocan,
mientras afuera,
petrificado en su vuelo
el pájaro,
sostiene en una luz
el tiempo.

Por ti presienten las horas
lo que la nube sueña
dormida en el cascarón del cielo,
por ti me recojo,
atravieso los corredores
de la tierra
y lentos,
sin ruido,
nos hacemos polvo.

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Rojo
Aram Vidal Alejandro, Cuba
Mención de honor

El rojo
es mi perdición
Vestidos rojos
El rojo tiempo
Catálogo gris
con borde púrpura
Persigo un toro
en blanco y negro
¿Quién dijo sangre?
Inoportuno
La sangre es violeta
Rojos los labios
mayores y menores
Y el lugar donde
la muerdo
Roja es mi tumba
bajo el océano

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El Faro
María Luisa Landman R. Chile-España
Mención de honor


Fuiste un oasis en mi desierto.

No eras mío y eras como una estrella
en el firmamento.
Tu luz me envolvía, me alumbraba
el camino.

De pronto, por muchos años,
dejé de ver luz y todo fue sombras…
Divagué, renegué, me tropecé, me caí…

Y un día vi, repentinamente, una luz en el cielo.

Eras tú relampagueando
sobre mi vida nuevamente.
Eras tú que de nuevo no eras mío
pero iluminabas mi camino.
Otra vez quedé sin tu luz,
otra vez te perdí,
aunque nunca fuiste mío;
pero otra vez diviso en lontananza una luz
como un faro en medio de la mar,
tu luz llamándome de lejos…

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Género Poesía: Finalistas

Zulma Nicolini
A César Vallejo
Finalista

Ay César el del jueves y los húmeros,
el del loco París,
la soledad, la lluvia.
Al igual que tú
recorro estas mis calles desoladas
llevando el cansancio como lastre,
arrastrando mis pies que van dejando
profundas huellas en el fango helado.
Si pudiera acomodar mi marcha
a tu paso de sabio enamorado,
me dejaría llevar por tu bohemia
escuchando tu voz andina y buena,
rogando por tus húmeros dolidos
entre tanta humedad y vaciamiento.
Pero todo es inútil,
fuiste presa de las sombras y el silencio.
Yo estoy aquí
buscando algún motivo de luz que me señale
el verdadero camino hacia tu estrella.
Casualidad del mundo:
hoy es jueves.
Llueve sobre la tierra sola y fría,
también duelen los huesos...
hay cansancio,
que pesa tanto o más que tu partida.

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Complicidades
Julio Campos Ávila, Chile
Finalista

La tierra posee destrezas que yo todavía desconozco.
Latidos horizontales y memorias verdes y onduladas.
Elevaciones múltiples, estrellas repentinas, imperiosas
Clorofilas y lagunas con acentos de redes en sus brisas.
De modo que deslumbre su génesis de plácida dulzura.

Entonces, recién caigo en la cuenta de las complicidades.
Nazco en una hoja articulada, entre aflicciones vegetales.
Yo asimismo germino del templado mutismo subterráneo,
Cuando, firmemente, la primigenia escritura nos encuentra.
Soy de granizada combativa y certidumbre. Tengo retorno
Fijo por el vendaval que resplandece en cada fibra de luz.

Hay una atmósfera de conmovedoras inmensidades verdes
Recorriendo esta primavera como un nevado caballo ciego.
Se quedan, entonces, los vestigios en la alfombra celeste,
Difundiendo sus líneas, sus cortes, sus regresos e himnos.

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Secretos de mi alma
Maria Cristina Valle, Argentina
Finalista

¿Por qué vivir así
tan de prisa
sin sentir a los ángeles
con su música
materia de alquimistas?

Necesito entrar al Laberinto
donde el Minotauro perdió la vida,
construir cielos,
leer piedras,
atravesar puertas de otras dimensiones
y e x p a n d i r m e
en la quietud
de lo sagrado.

Quiero aprehender la liviandad del tiempo,
ser diamante en el espíritu
y latir con otros ritmos.

¿Para qué vivir así
tan de prisa
sin coronarme con aroma de frutas
y sin detener la brisa
en mi rostro?

Necesito embriagarme de magia
y en la presencia extraña del silencio
atravesar por molinos de viento.

Quiero presenciar la puesta de sol
con el crepuscular encanto de la conciencia
y ocupar mi universo entero.

Preciso de un cuerpo frugal
que calce mis sandalias con alas
y palpite de pureza
en ceremonial paraíso de agua,
tierra,
aire
y fuego,
como hipnótica levitación
ausente de miedos,
sublime volcadura
del hombre eterno:
la felicidad.

Necesito
con urgencia
arrancar
los secretos
que habitan
mi alma.
Sicus de viento

Ábreme,
éntrame,
tócame
y huyamos donde anidan los sueños
en el imperio del aire
que acaramela mi boca
y la magia de su aliento.

Lleguemos hasta el último acorde,
donde habita mi eólica ternura
que muerde la carne,
que derrocha pecados
y algún que otro endecasílabos.

Vamos a donde nos espera
la cadencia del soneto
que nunca se haya escrito.

Ábreme.
Descúbreme.
Tócame.
y:
huyamos.

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Te dejé partir
María Cristina Fervier, Argentina
Finalista


Felicidad estabas ahí, expectante,
sólo debía extender la mano para alcanzarte,
en el andén, entre bardas, te dejé partir.
Contigo mis últimos sueños vi morir
con el pasivo gesto de la indiferencia
vertiendo la ignominia sobre el alba,
envolviéndome una lluvia de vacío y de nada.
Cerré de un manotazo el libro de nuestras vidas
contemplando impasiblemente su agonía.
Me condenaron a vagar por las estepas del olvido
los heraldos de la oscura tiniebla
que emponzoñaron mi alma errante por la noche
aboliendo las palabras que un día pronunciara
abandonando sin remisión la última esperanza.

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Sin segundo aire
Margarita García Alonso, Francia
Finalista

“decirle a alguien yo te amo,
significa: tú no debes morir”

Gabriel Marcel

En una isla lejana,
donde crecen los abandonos,
barcazas antiguas, semihundidas
y playas de la mente,
murió mi abuelo

El polvillo del alba
entra en el corredor
y despierta
la inmensidad del océano.

Alguien sonará a la puerta
Alguien de muy lejos llamará
Alguien prepara un naufragio.

Vieja locomotora
en volutas de humo.
En el centro de una estación
arribo al mismo lugar vacío
donde partí:
sólo murmullo de brumas,
que fingen un estruendo.
Caballo ciego en camino
al matadero.
Presentimiento:
Jamás descender
si la piel frisona.

II
“Haz lo que puedas, con lo que tengas,
en donde estés.” Theodore Rooselvet


Tarde de paisajes,
doble cristales contra el ruido,
el frío, el mundo y
los pájaros
de este verano insoportable.

Cambié de ciudad, de apellidos
pero no sé vivir
sin los semejantes.
Mujer cosida a un hilo
quebradizo
donde borda el misterio.

El azar tiene leyes:
abanicar una nube
pacientemente
junto al ruido de los odios
y nace un hombre bueno.

Arenales que descubren
el no adiós entrecortado,
en agonía del abuelo.

Asesina, asustada,
desde esta terraza
la ciudad es un mar
de luces desesperadas.

El puerto es el ala de un pájaro
en derrumbe perpetúo.
El puerto es la estela de un barco
disperso en la tarde

Años horadados
en el fondo del lago gris
como sus ojos
de estruendo y miseria.

En el cielo Velásquez y el desierto.
la ciudad sonámbula,
donde una mujer, vacilante,
cuelga lagrimas en los zapatos.

La familia es mi todo,
carcelero, roca agujero y noche
matriz y marejada,
Estar quieta
entre autos trepidantes
y sentir el jazmín.

Sin tregua.
sin raza
sin tierra,
fatigada,
Este viajar no me alcanza.

El azufre de los Hombres
ruina mis buenas intenciones
de habitar el mundo.

Rodaja de pan en el oleaje
mi cuerpo
mientras más huye
más se quema.

El fuego me atraviesa
madera de otoño,
madera de nave
convertida en neblina

El bálsamo de la penumbra,
resguarda mi despojo suicida

Mi abuelo ha muerto en la espera
tejiendo canastas, ándenes,
suavizando las huellas
de una muchacha que cae.

Es tarde, muy tarde,
demasiado tarde
para regresar,
el cansancio cierra mis ojos
abiertos a la vela del interior.

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